lunes, 2 de junio de 2008

... y cultural

Dice George Lakoff, en su célebre librito No pienses en un elefante, que los votantes no se decantan mayoritariamente por un partido político en función del programa, ni siquiera porque defienda objetivamente sus intereses económicos, sino por identidad, esto es, sobre la base de valores y estereotipos culturales. Y que quienes mejor lo entienden son los conservadores, que han dedicado durante los últimos treinta años ingentes cantidades de dinero a promover, a través de think tanks, una revolución en el pensamiento y en el lenguaje cotidianos, de manera que a través del enmarcado han conseguido darle la vuelta al sentido de las palabras.

Representan los intereses de una élite económica y política, pero captan los votos de los trabajadores de las clases media y baja. Han conseguido presentarse a sí mismos como populistas, y asociar las ideas progresistas al elitismo, cuando no a una amenaza al estilo de vida y a las identidades de los americanos. Lakoff lo califica de "guerra civil cultural".

¿A que nos suena? Cualquiera que viva en mi ciudad conoce el fenómeno Rita Barberá, que no es sino uno de tantos ejemplos de populismo zafio pero infalible. En general, en todo el ámbito europeo occidental estamos viendo como la derecha -cuando no la derecha extrema- consigue ganar apoyos entre las clases populares, mientras la mal llamada "socialdemocracia" va a rebufo, y quienes nos autodenominamos de izquierda transformadora vemos como se desvanece nuestra base social y electoral, y por tanto nuestra capacidad de transformación.

"Los nuestros" nos abandonan, pero ¿somos nosotros de verdad "los suyos"? Tenemos claro que defendemos políticas sociales, económicas y fiscales que, de aplicarse, beneficiarían a la población trabajadora más vulnerable a los dictados del capitalismo financiero en la era de la globalización, pero ¿lo creen ellos, los parados y pensionistas, las mujeres trabajadoras, los inmigrantes?

Quizás eso es lo que más debería preocuparnos. Hay un problema previo y superior al poder político, y es la hegemonía cultural. Lo decía hace ochenta años un comunista italiano llamado Antonio Gramsci.

¿Qué estamos haciendo al respecto, salvo (unos) repetir salmódicamente las mismas formulaciones doctrinarias de siempre y (otros) apuntarnos a la última modernidad subyugante de buscadores de oro político, sin atender ni entender (unos y otros) a quienes decimos representar? Nos hace falta más modestia, para aceptar que no sólo hemos fracasado electoralmente, sino que intelectualmente vivimos de las rentas y culturalmente hemos sido barridos.

A partir de asumir la realidad, pongámonos a trabajar en la construcción de un nuevo movimiento político, social ... y cultural. Esto no es un encargo para publicistas o consultores de imagen, sino un proyecto histórico para personas conscientes de su responsabilidad en la consecución de un mundo más justo. Y como el camino será largo, intentemos pasarlo lo mejor posible.

¿Por dónde empezamos? Ahí va una interesante y simpática propuesta.


....

Algunas ideas para recuperar la capacidad de soñar de la izquierda

Gemma Galdón

(Sin Permiso, 01/06/08)


El título de este artículo no refleja, evidentemente, una realidad. Es un sueño. Una ilusión. Una esperanza. Pero de las absolutamente necesarias, porque para conseguir algo primero hay que desearlo. ¿A alguien se le cumplió alguna vez un sueño que no hubiera tenido?

Pero entonces, ¿por qué parece tan inverosímil una afirmación como "la alegría de ser de izquierdas"? Lo que planteo en estas líneas es que lo peor que le ha pasado a la izquierda en estos últimos tiempos es que se ha olvidado de soñar y de hacer soñar. Mientras nos indignábamos ante el devenir del mundo, nos atrincheramos en la agria denuncia y reprimimos la ilusión y la imaginación; nos refugiamos en las grises rutinas y los análisis coyunturales. Nos olvidamos, en definitiva, del deseo. De aquello que nos llevó a nosotros, en su día, a optar por la disidencia.

Si ser de izquierdas no es la adhesión a un programa político, ni el galardón concedido a quienes asisten infatigables a reuniones interminables, ni consiste en pagar la cuota de alguna organización política o social progresista o dar la vara desde las eruditas cumbres de la verdad y la razón, entonces quizás ser de izquierdas sea, sobre todo, una sensibilidad. Nadie da forma a su escala de valores ni a sus opciones políticas a través del análisis racional de la realidad, los datos y los discursos. Lo que nos lleva a situarnos políticamente es fruto de nuestra forma de ver y de experimentar el mundo, y en el caso de la izquierda, que pocas veces encarna el discurso mayoritario, esta posición ante el mundo viene marcada por la voluntad, la ilusión y el deseo de cambiarlo.

Entonces, si la capacidad de imaginar realidades alternativas, de soñar con que las cosas sean diferentes, es lo que informa esta sensibilidad, ¿porqué no incorporar emoción, juego y espectáculo a todo lo que hacemos? ¿Por qué no practicar la alegría de formar parte de un proyecto por una sociedad más justa, más igualitaria, más sostenible y más feliz?

Ellos sí sueñan

Las razones de la renuncia a la imaginación y el sueño pueden ser muchas: desde la decepción ante la ilusión pasada, a las altas dosis de realidad y concesiones que impone la práctica política y las dinámicas internas de las organizaciones. Estos factores nos afectan a nivel individual y, con el tiempo, pueden desgastarnos hasta límites insospechados.

Como colectivo, sin embargo, como izquierdas, esta renuncia creo que tiene un origen diferente: la apropiación del juego y del deseo por parte de los otros. Quienes mejor han aprendido a jugar con los deseos y las emociones, para manipularlos, son los publicistas al servicio de los grandes grupos empresariales y los grandes partidos políticos. Los medios de comunicación y las calles están llenos de mensajes que buscan movernos algo por dentro que nos lleve a consumir y/o a no pensar. Los partidos mayoritarios buscan movilizar continuamente nuestras emociones para buscar adherencias a su programa político (sólo hay que recordar la "niña" de la campaña de Rajoy, o el "si tu no vas, ellos vuelven" del PSOE).

Este recurso constante a lo irracional, a la emoción y el deseo despierta muchos recelos entre la izquierda -es, de hecho, uno de sus campos de batalla. Y con razón. La utilización de la manipulación emocional para conseguir votantes o consumidores es detestable (y ha llevado ya en varias ocasiones al encumbramiento de proyectos políticos genocidas). Sabemos que nosotros no somos como ellos, y por eso insistimos en la razón, en la verdad, en poner en evidencia emperadores desnudos. El problema es que nadie nos escucha.

Los límites de la verdad

¿Qué ocurriría si mañana salieran a la luz documentos oficiales que evidenciaran la participación de la administración Bush en los atentados del 11-s? Probablemente lo mismo que ocurre cada vez que la historia nos da la razón: nosotros asentimos con sentimientos mezclados de condescendencia y rabia, y soltamos algún "ya lo decíamos nosotros", "eso ya lo predije yo en 1814". Ellos miran hacia otro lado. Y el mundo sigue igual... Los nada de hoy siguen siendo nada.

La verdad, por sí sola, no moviliza. Para que sea efectiva debe generar emoción, empoderar, suscitar deseo y capacidad de soñar. ¿Por qué son ya más numerosas las manifestaciones del May Day a las de los sindicatos oficiales? ¿Cómo consiguió sacar de sus casas a tantos jóvenes el movimiento antiglobalización? ¿Por qué en las camisetas sale el Che Guevara y no Llamazares?

La clave está en la combinación de verdad y sueño. Los otros utilizan las emociones para manipular el deseo y alejarnos de nosotros mismos, la verdad no les interesa para nada. Nosotros, en cambio, somos expertos en verdades; ser rectos y racionales, íntegros, es lo que mejor sabemos hacer... pero no sabemos nada de las emociones. Sin embargo, las sentimos: ¿a quién no le tentó volver a soñar que quizás otro mundo sí era posible cuando escuchó por primera vez al Subcomandante Marcos?

Evidentemente, el equilibrio es tenso, pero no imposible: debemos conseguir movilizar emociones sin caer en la manipulación; abrir ventanas de esperanza renunciando a vender un producto prefabricado; debemos atrevernos a soñar para generar sueños. La clave, creo, está en la imaginación y en sumergirnos en el mundo de los estímulos, para conseguir transmitir aquello en lo que creemos y, por el camino, desvelar las trampas del discurso de los vendedores de pan y circo.

McIzquierda

Algunos ya lo están haciendo: las últimas campañas del PSOE han jugado precisamente a eso. La promesa de Zapatero de retirar las tropas de Irak, realizada incluso en contra de los barones de su partido, nos llegó a todos por la valentía y convicción que transmitía. Racionalmente, siempre supimos que era el PSOE de siempre, pero ¿a quién no le vinieron ganas de creer por unos segundos? Lo mismo ocurre con el "si tú no vas, ellos vuelven" mencionado anteriormente: es un mensaje diseñado para entrar por las emociones, no por la cabeza. Y funciona.

Sin embargo, el truco no está en imitar las tácticas publicitarias de las empresas para crear una especie de McIzquierda capaz de convencer al mundo de que el futuro será maravilloso con sólo depositar la papeleta correcta en la urna electoral, o firmar el giro bancario para pagar una cuota de apoyo, poniéndonos así al nivel de los desodorantes que prometen éxito con las mujeres o la bollería industrial que promete amigos por todas partes. Tenemos la suerte de que muchos de nuestros valores forman parte del imaginario colectivo (¡por eso la derecha hace tantos esfuerzos por apropiárselos!), por lo que no tenemos que hacer promesas absurdas ni engañar a nadie -en realidad, quizás baste con que consigamos despertar algo que ya está latente; con que, sin dar recetas, provoquemos la reflexión crítica e inteligente. Quizás baste con deformar.

Espejos cóncavos

No hay duda de que algo tenemos que hacer, y pronto, para ir desmontando la imagen de la izquierda como un espacio aburrido, gris, masculino, quejica, y, en definitiva, muerto. En este sentido, el cambio interno, la apertura y la apuesta por la participación son imprescindibles (como abordaremos más adelante).

Pero quizás para conseguir que alguien nos escuche cuando contamos esas verdades que tantas horas de estudio y reflexión erudita nos han costado, debamos despojarnos por un momento de nuestro traje de seriedad y trascendencia para conseguir hacer reír. Sí, sí, hacer reír. Provocar carcajadas inteligentes a través de la deformación hasta lo grotesco de las asociaciones emocionales que nos provocan muchos mensajes mediáticos y políticos. Interrumpir con ironía la rutina idiotizante.

¿Qué la Iglesia católica vuelve a cargar contra el aborto? Pues nos erigimos en "Ciudadanos Alarmados por el Genocidio de Espermatozoides" para exigir que no sólo se reconozca vida en el momento de la fecundación del óvulo, sino ya antes, en el escroto, iniciando así una campaña contra la masturbación masculina y evidenciando lo absurda y aleatoria que es la doctrina de la curia vaticana.

¿Que otro político del PP se presenta en una universidad pública en pleno proceso de implementación de Bolonia? Pues el lugar de abuchearle, le montamos un grupo de apoyo integrado por jóvenes de estética "Amo a Laura" y con pancartas del tipo "Universidad de élite ya", "Basta de becas a la purria", "Botín rector", etc., impidiendo la conferencia con un aplauso continuo. Así, al día siguiente, en lugar de la condena unánime de la comunidad bienpensante a la negación de la libertad de expresión, conseguimos un mayor impacto mediático, invitamos a la gente a pensar y, lo más increíble, ¡nos lo pasamos bien! Y quizás a la próxima reunión se atreverá a entrar alguien nuevo a quien no provocará asfixia el aire cargado de mala leche y falta de imaginación que a veces inunda nuestros locales.

Lo mismo es aplicable a algunas campañas: si queremos sacarlas de la trampa del corporativismo, o rescatarlas de la irrelevancia, podemos intentar imaginar formas de involucrar a colectivos sociales más amplios en las reivindicaciones. Podríamos iniciar campañas para adoptar a miembros de colectivos en lucha: "Adopte a un médico", "Adopte a un conductor de autobús" en las que el adoptante se comprometería a llevarle la comida al trabajo para que pudiera alimentarse a pesar de la excesiva carga laboral, o a sacar a sus hijos al parque y enseñarles fotos de su madre/padre para que no se olvidara de ellos. De esta forma conseguiríamos no sólo poner un espejo cóncavo ante el conflicto, sino también generar sinergias más amplias y espacios de participación.

Colocar espejos cóncavos ante la realidad para deformarla e incitar al espectador a la reflexión inteligente es una forma de trabajar con la imaginación y con la ironía que no requiere manipulación ni engaño.

Escenificar sueños para cambiar realidades

Una imagen vale más que mil palabras. Una emoción vale más que mil programas políticos. Lo sabemos, y por eso nos gustan la literatura, la poesía, el arte... Vemos el Guernica y nos invade la emoción, la rabia, la convicción nos retumba en las entrañas; pero cuando tenemos que explicar porqué somos antifascistas nos perdemos en discursos interminables que jamás movilizan pasiones. En nuestra vida cotidiana somos defensores acérrimos de la metáfora, de la complejidad, de la interpretación; pero en política nos aferramos a la literalidad, a la linealidad, a la doctrina.

¿Y si nos atreviéramos no sólo a imaginar, a soñar, sino también a escenificar estos sueños? ¿Y si fuéramos capaces de encontrar formas de transmitir lo que en realidad nos moviliza por dentro y nos lleva a pasar tardes en manifestaciones y noches en reuniones? ¿Y si consiguiéramos recuperar y contagiar la alegría de creer que las cosas se pueden cambiar?

Hace unos años, cuando el Ayuntamiento de Barcelona decidió cambiar la prometida zona verde por un parking cubierto y una plaza dura en un espacio de la parte vieja de Barcelona que los vecinos bautizaron como "Forat de la Vergonya" (Agujero de la Vergüenza), en lugar de resignarse u optar por los canales típicos de protesta, los vecinos decidieron prefigurar su sueño y plantaron un abeto en el solar abandonado. Siguieron meses de lucha vecinal durante los que la policía destrozó una y otra vez el jardín colectivo. Y, cada vez, los vecinos volvían a construir su parque. El conflicto del "Forat" generó un alud de solidaridad, y muchos colectivos sociales de otros barrios hicieron suya su lucha. No creo que fuera casualidad: su protesta derrochaba idealismo y determinación. Y eso moviliza.

Para prefigurar sueños es imprescindible tenerlos, y ahí está el reto. La prefiguración de la que hablo no es la que pretende crear sociedades socialistas, libertarias o alternativas como islas de pureza dentro del sistema actual. Esto no funciona por razones evidentes. Hablo de transmitir ideas políticas a través de la prefiguración de aquello que defendemos. Si defendemos la universidad pública, ¿por qué no sacar las clases a la calle? Si defendemos una ciudad abierta e inclusiva, ¿por qué no convertir los asépticos espacios públicos tan desgraciadamente de moda en salas de estar con sillas, mesas, juegos y gente socializándose?

Mientras escribo estas lineas, diferentes movimientos sociales de Nueva York están organizando una manifestación sorpresa en las próximas semanas para celebrar el fin de la guerra en Irak. La idea es convocar a miles de personas y movimientos sociales sin un fin específico anunciado para escenificar un desfile como los que en 1945 celebraron el fin de la Segunda Guerra Mundial, y acompañarlo de una campaña mediática a base de comunicados de prensa anunciando el esperado fin del conflicto y el retorno de las tropas.

En eso consiste escenificar los sueños: en darle un contenido real a algo que anhelamos y transmitir de forma clara y concreta lo que sentiríamos si ese deseo fuera realidad. Estos actos consiguen hacer lo que no hace ninguna lógica racional: transportarnos a otros lugares, nos hacen sentir nuevas posibilidades. Y lo más importante: nos hacen desear aquello que estamos experimentando. En lugar de cortarnos las venas por todo lo que no conseguimos, nos llenamos de ilusión ante la perspectiva de conseguir lo que queremos. Estamos en el mismo lugar, no nos hemos movido, pero ya nada es lo mismo. Ahora lo que nos lleva a las reuniones no es la disciplina interna ni el sentido de responsabilidad: es la ilusión de trabajar colectivamente por algo que nos hace soñar.

¿Es posible la WikiIzquierda?

Existe una imagen bastante utilizada, que es la de cómo cinco dedos por sí solos no tienen ninguna fuerza, pero unidos forman un puño. La unión hace la fuerza. Muy bien. Pero para que el puño pueda golpear con fuerza necesita que todos los dedos participen en el mamporro. Si un dedo le dice a los otros que le deleguen su agencia, o les asegura que él ya se encargará de dar el golpe, que los demás sólo tienen que contribuir económicamente a su esfuerzo, votarle cada cuatro años o sacar a pasear la pancarta con sus siglas por la manifestación, es evidente que los cinco dedos no serán enemigo para nadie.

Si dos brazos tienen más fuerza que uno, si cuatro ojos ven más que dos, se deduce que cincuenta militantes de base piensan más que un secretario general. Antes de hundirnos del todo quizás no seria mala idea abrir las puertas y dejar que entre aire. Si faltan ideas para refundar la izquierda, ¿por qué no iniciar procesos participativos abiertos a la ciudadanía para recoger propuestas y discutirlas colectivamente? ¿Por qué no convertir la militancia política en una escuela de democracia y de ejercicio de agencia? ¿Por qué no crear espacios construidos colectivamente, abiertos, la suma de millones de puntitos de colores?

Es posible, además, crear diferentes niveles de participación. Es innegable que habrá gente que sólo querrá o podrá participar a niveles muy bajos, y otros que con que se les pida que manden un correo electrónico al mes tendrán suficiente; pero algunos querrán involucrarse, ilusionarse, sentir que forman parte de algo vivo que no es ciego, sordo y mudo a su llegada... Que los seres humanos valoramos la posibilidad de elegir y adaptar las cosas a nuestras necesidades es algo que nos demuestran cada día las estanterías de los supermercados, los videojuegos y fenómenos como el tunning. Quizás podamos aprender algo, por fin, de la realidad realmente existente y de los conciudadanos a los que queremos llevar hasta la victoria final.

En lugar de condenar las emociones a los márgenes o de pretender ignorarlas mediante la ceguera auto impuesta, podemos intentar aprender a relacionarnos con ellas: con la ilusión pero también con el individualismo, con la esperanza y también con el miedo, con el altruismo y con el consumismo. Si seguimos reprimiéndolas, despreciándolas como desviaciones irracionales, una tarde de compras siempre conseguirá imponerse a una manifestación; las soluciones basadas en la represión y el control seguirán proporcionando más sensación de seguridad que una sociedad más justa e igualitaria; y nosotros seguiremos predicando en un desierto lleno de gente, retransmitiendo nuestras ideas en la frecuencia equivocada.

Si Rosa Luxemburgo no quería una revolución sin baile, y los estudiantes de mayo del 68 imaginaban la playa bajo los adoquines, ¿por qué no podemos nosotros imaginar nuevas tácticas y soñar con el día en que ser de izquierdas sea una alegría? Verdad y sueño. Pan y rosas.

P.S.: Este artículo esta pensado como una lluvia de ideas, una reflexión en voz alta que pueda contribuir a repensar la izquierda, por eso no hay notas ni referencias. Pero eso no quiere decir que todo lo planteado sea original, ni mucho menos. Estas páginas mezclan mi experiencia personal en proyectos como Malababa i l'Observatori de Resistències i Subcultures con las obras y acciones imprescindibles de Stephen Duncombe, Billionaires for Bush, Michael Moore, The Yes Men y muchas y muchos más que llevan años buscando vida en la izquierda y los movimientos alternativos. He optado por el uso del masculino genérico de muy mala gana, para no añadir pesadez al relato, pero sin que eso suponga en ningún caso que acato esta negación cotidiana de la presencia de las mujeres en el devenir del mundo.


Gemma Galdon Clavell es coordinadora del Observatorio de Resistencias y Subculturas (RiSc), investigadora y comisaria independiente.


No hay comentarios: