En los últimos dos siglos como mínimo, Europa ha sido una referencia para generaciones de españoles, un horizonte de convergencia tangible para quienes aspiraban a un país culto, democrático y avanzado en este lado de los Pirineos. El "sueño europeo" es un código compartido de nuestro imaginario colectivo, del que se han valido muchas veces poderes políticos, medios de comunicación y agencias de publicidad para "vender" sus productos. Un ejemplo cercano fue la campaña oficial y paraoficial del referéndum sobre el Tratado constitucional europeo, en la que participaron famosos de distinto pelaje -desde Gabilondo o Butragueño hasta los del Río- al servicio de una buena causa: la "Europa social".
Muchos sabemos que esa etiqueta no se corresponde con la realidad de la construcción europea, como mínimo desde aquel Tratado de Maastricht que consagró las políticas de convergencia monetaria neoliberal y la independencia del Banco Central Europeo de cualquier poder democrático. Hace tres años, los militantes de izquierdas hicimos campaña contra el Tratado constitucional explicando que no era una verdadera Constitución y que adolecía de un marcado sesgo neoliberal y atlantista. Con gran esfuerzo pudimos conseguir que comprendieran y compartieran nuestros argumentos críticos y la propuesta de otra Europa más democrática y social ... ¿unas pocas decenas de miles de personas, quizás?
Sin embargo, en las últimas semanas se han encadenado tres acontecimientos que pueden contribuir a cambiar la percepción de la gente, a romper el hechizo que ha mantenido a raya cualquier planteamiento discrepante sobre la Unión Europea real.
El aldabonazo fue la aprobación por el Consejo de la UE de la Directiva de ampliación del tiempo de trabajo, que nos hace retroceder más de un siglo al permitir una jornada semanal de hasta 65 horas, y consagrar la individualización de las relaciones laborales. El gobierno español se manifestó en contra de boquilla, pero la mano del ministro Corbacho sólo se atrevió a señalar una abstención. Tendremos que decirle nosotros que ¡ni de coña!
Después vino el no irlandés al Tratado de Lisboa. No es la primera vez que sucede, ya fue rechazado allí en referéndum el Tratado de Niza, y los gobiernos europeos no tuvieron empacho en forzar una segunda convocatoria. Ahora, arrepentidos de haber dado la voz al pueblo, siguen sin reconocer su veredicto -para Sarkozy, un simple "incidente". Igualmente escandaloso fue una vez más el tratamiento de los medios de comunicación, como bien señalaron Hugo Martínez Abarca y Juan Peña. Nos tratan como borregos.
Y finalmente la aprobación, por amplia mayoría, de la Directiva sobre inmigración y retorno, que viola claramente la Declaración Universal de Derechos Humanos y varias de las Convenciones internacionales, al establecer para los inmigrantes sin papeles un régimen carcelario -hasta 18 meses en centros de internamiento- y expulsiones sin ninguna garantía -incluso los menores podrán ser deportados a terceros países. El rechazo que ha generado en asociaciones de juristas, movimientos sociales y sindicatos, y al que se han sumado artistas, no encontró mucho eco en el Parlamento Europeo. Tan sólo el grupo de Izquierda Unitaria Europea (del que forma parte Willy Meyer, de IU) votó en contra en su integridad. El Grupo Socialista se dividió, y fueron precisamente los eurodiputados del PSOE quienes más apoyaron la "Directiva de la vergüenza" (16 votos a favor, 2 en contra y una abstención). Y después nos hablarán de derechos humanos, de progresismo y de solidaridad. Evo Morales ya anticipó su respuesta en una carta abierta. Yo considero que lo más justo es calificar a los 367 eurodiputados y a los 27 gobiernos de la UE -incluido el de Rodríguez Zapatero- atendiendo al contenido de la Directiva que han aprobado: ¡Fascistas!
Con la que está cayendo, ¿empezará la gente a darse cuenta de que Europa no es ahora mismo un día de sol radiante, sino de lluvia, viento y mucha bruma? Deberíamos ponernos a buen refugio para aguantar juntos el chaparrón. Y cuando los hechiceros de la tribu -políticos de talante y predicadores herzianos- vuelvan a recitarnos sus sermones europeístas, preguntarles sin miedo ni complejo alguno: ¿Qué europeísmo?, ¿QUÉ EUROPA?
Muchos sabemos que esa etiqueta no se corresponde con la realidad de la construcción europea, como mínimo desde aquel Tratado de Maastricht que consagró las políticas de convergencia monetaria neoliberal y la independencia del Banco Central Europeo de cualquier poder democrático. Hace tres años, los militantes de izquierdas hicimos campaña contra el Tratado constitucional explicando que no era una verdadera Constitución y que adolecía de un marcado sesgo neoliberal y atlantista. Con gran esfuerzo pudimos conseguir que comprendieran y compartieran nuestros argumentos críticos y la propuesta de otra Europa más democrática y social ... ¿unas pocas decenas de miles de personas, quizás?
Sin embargo, en las últimas semanas se han encadenado tres acontecimientos que pueden contribuir a cambiar la percepción de la gente, a romper el hechizo que ha mantenido a raya cualquier planteamiento discrepante sobre la Unión Europea real.
El aldabonazo fue la aprobación por el Consejo de la UE de la Directiva de ampliación del tiempo de trabajo, que nos hace retroceder más de un siglo al permitir una jornada semanal de hasta 65 horas, y consagrar la individualización de las relaciones laborales. El gobierno español se manifestó en contra de boquilla, pero la mano del ministro Corbacho sólo se atrevió a señalar una abstención. Tendremos que decirle nosotros que ¡ni de coña!
Después vino el no irlandés al Tratado de Lisboa. No es la primera vez que sucede, ya fue rechazado allí en referéndum el Tratado de Niza, y los gobiernos europeos no tuvieron empacho en forzar una segunda convocatoria. Ahora, arrepentidos de haber dado la voz al pueblo, siguen sin reconocer su veredicto -para Sarkozy, un simple "incidente". Igualmente escandaloso fue una vez más el tratamiento de los medios de comunicación, como bien señalaron Hugo Martínez Abarca y Juan Peña. Nos tratan como borregos.
Y finalmente la aprobación, por amplia mayoría, de la Directiva sobre inmigración y retorno, que viola claramente la Declaración Universal de Derechos Humanos y varias de las Convenciones internacionales, al establecer para los inmigrantes sin papeles un régimen carcelario -hasta 18 meses en centros de internamiento- y expulsiones sin ninguna garantía -incluso los menores podrán ser deportados a terceros países. El rechazo que ha generado en asociaciones de juristas, movimientos sociales y sindicatos, y al que se han sumado artistas, no encontró mucho eco en el Parlamento Europeo. Tan sólo el grupo de Izquierda Unitaria Europea (del que forma parte Willy Meyer, de IU) votó en contra en su integridad. El Grupo Socialista se dividió, y fueron precisamente los eurodiputados del PSOE quienes más apoyaron la "Directiva de la vergüenza" (16 votos a favor, 2 en contra y una abstención). Y después nos hablarán de derechos humanos, de progresismo y de solidaridad. Evo Morales ya anticipó su respuesta en una carta abierta. Yo considero que lo más justo es calificar a los 367 eurodiputados y a los 27 gobiernos de la UE -incluido el de Rodríguez Zapatero- atendiendo al contenido de la Directiva que han aprobado: ¡Fascistas!
Con la que está cayendo, ¿empezará la gente a darse cuenta de que Europa no es ahora mismo un día de sol radiante, sino de lluvia, viento y mucha bruma? Deberíamos ponernos a buen refugio para aguantar juntos el chaparrón. Y cuando los hechiceros de la tribu -políticos de talante y predicadores herzianos- vuelvan a recitarnos sus sermones europeístas, preguntarles sin miedo ni complejo alguno: ¿Qué europeísmo?, ¿QUÉ EUROPA?
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Mañana sábado 21 de junio, a las 19 horas, CONCENTRACIÓN contra la "Directiva de la vergüenza" en varias ciudades españolas. En Valencia nos vemos en la Plaza de la Virgen.
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