jueves, 29 de mayo de 2008

Ibarretxe me cansa


Veo fugazmente la imagen en televisión de Javier Madrazo flanqueando al lehendakari Ibarretxe, quien presenta las dos preguntas de su consulta popular. La primera, sobre el final dialogado de la violencia, es un brindis al sol, pero yo votaría que sí. La segunda, sobre el "derecho a decidir", me parece una contradicción en sus propios términos. Si es un derecho, ¿por qué se somete a votación su reconocimiento? En todo caso, debería plantearse su ejercicio con una propuesta concreta y factible.

En su momento leí concienzudamente el Plan Ibarretxe, que me pareció un caso de ventajismo político insuperable. Se proponía una nueva relación entre Euskadi y el Estado español sin contar con éste. Más aún, con la posición contraria de la inmensa mayoría de los representantes institucionales del mismo. Siempre dije que hubiera sido mucho más coherente presentar una propuesta de independencia, someterla al refrendo popular y, en caso de conseguir el apoyo mayoritario de la ciudadanía vasca, y por mucho que les pesara a los nacionalistas españoles, el Gobierno y las Cortes Generales no hubieran tenido más remedio que negociar las condiciones de ese tránsito.

Ahora se plantea una pregunta sobre "un proceso de negociación para alcanzar un acuerdo democrático sobre el ejercicio del derecho a decidir del pueblo vasco". Los opinadores del régimen insisten en que es ilegal y responde a juegos de poder internos del PNV. No me interesa lo segundo y me parece irrelevante lo primero. La voluntad mayoritaria de un pueblo ha de ser reconocida por encima de textos legales, así se han producido todos los procesos constituyentes de la historia.

Sin embargo, me mosquea mucho el juego de Ibarretxe. Si de verdad cree en el derecho de autodeterminación (o, como dice ahora, el "derecho a decidir"), ¿a santo de qué lo somete a referéndum? ¿Es que va a renunciar a él en caso de perder? No. Lo que pasa es, probablemente, que no se atreve, no quiere o no le interesa plantear la pregunta en los únicos dos términos razonables: a) sobre la independencia; b) sobre un nuevo marco autonómico, previo acuerdo con las instituciones democráticas estatales.

En cualquier caso, he de reconocer que este tema cada vez me interesa menos. No me escandaliza en absoluto; más bien, me cansa. Lo único que lamento es que los representantes de mi organización política, declaradamente federalista, hagan los papelones de mozo de espadas de Ibarretxe (Madrazo) y de oráculo indescifrable para la mayoría de los mortales (Llamazares). Yo aprovecharía para formular muy claramente nuestra propuesta: un Estado federal y plurinacional que acabe con privilegios históricos como la monarquía o el cupo fiscal vasco.

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