lunes, 26 de enero de 2009

Obama y el bus ateo

Seguí por televisión la investidura de Barack Obama. Con toda la pompa y delirio patriótico que caracteriza estas ceremonias se produjo el juramento, al parecer defectuso, sobre la misma Biblia que utilizó Abraham Lincoln en 1861. “Que Dios me ayude” son las últimas palabras que el presidente electo debe pronunciar antes de convertirse en el Presidente de los Estados Unidos de América.

En un país en el que hasta los dólares proclaman el archiconocido “In God We Trust”, los políticos deben hacer constante exhibición de unidad familiar, fervor patriótico y fe religiosa –para el caso vale cualquiera, siempre que sea alguna de las múltiples variantes del cristianismo-. Obama no es en esto ninguna excepción. Su toma de posesión estuvo precedida por el sermón de un sacerdote y su discurso trufado de referencias al mandato divino, la grandeza de su nación, los Padres Fundadores y los héroes caídos.

Pero más allá de las exégesis sobre cada afirmación de Obama, sin duda mucho menos osadas de lo que nos gustaría a los rojos del mundo entero -pero ¿qué esperábamos?- aunque supongan un giro considerable respecto a la retórica chusquera del nunca suficientemente denigrado George W. Bush, me llamó la atención un aspecto secundario de su discurso, casi anecdótico pero significativo: al referirse al pluralismo religioso de su nación nombró a “cristianos y musulmanes, judíos e hindúes… y no creyentes” (non believers).

Puede parecer una nimiedad pero, por lo que conozco de la cultura norteamericana, el ateísmo –como el socialismo- está completamente fuera de sus coordenadas. No importa cuál sea tu dios pero siempre debes creer en “algo”, pues lo contrario te hace sospechoso de engreimiento personal o depravación moral –según se trate de ambientes liberales o conservadores-. Por eso el reconocimiento de Obama es toda una novedad, y una sorpresa.

Existimos. Aparecemos. Se nos considera.

Esta salida del armario de quienes no creemos en deidad ni trascendencia alguna se está haciendo más evidente en España a raíz de la polémica sobre el “bus ateo”. La campaña puesta en marcha en Londres ha pasado ya por Barcelona y pronto llegará a Madrid –en Valencia ha topado el boicot del PP ¡y en Zaragoza con el del PSOE!- anunciando en los autobuses urbanos algo bien simple: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida".

Rápidamente, la jerarquía eclesiástica, su brazo político –el Partido Popular- y su aparato mediático –la COPE y tantos canales de TDT como gobiernos autonómicos de la derecha- han puesto el grito en el cielo –valga la expresión- afirmando que “utilizar espacios públicos para hablar mal de los creyentes es un abuso que condiciona injustamente el ejercicio de la libertad religiosa” (Rouco Varela dixit). Además de manipular demagógicamente el sentido de la campaña atea –que en ningún momento se refiere a los creyentes-, el comunicado de la Conferencia Episcopal se permite el mismo tipo de afirmaciones categóricas que niega derecho a hacer a los demás (“…insinuar que Dios probablemente sea una invención de los creyentes y afirmar además que no les deja vivir en paz ni disfrutar de la vida, es objetivamente una blasfemia y una ofensa a los que creen… Los católicos respetarán el derecho de todos a expresarse y estarán dispuestos a actuar, tanto con serenidad y mansedumbre ante las injurias, como con fortaleza y valentía en el amor y la defensa de la verdad: Dios es amor”).

Tienen la piel muy fina los obispos. Hablan ahora del derecho a la libertad religiosa después de haber impuesto el catolicismo a sangre y fuego durante siglos. Reclaman “respeto a todas las creencias” mientras ellos insultan sin rubor ni contricción a todos cuantos piensan o viven diferente (baste citar a un solo obispo, monseñor Reig Pla: “Las parejas de hecho y los homosexuales son un exponente claro de crisis de la civilización”, “En los matrimonios civiles y en las parejas de hecho se produce un 400 por ciento más de violencia doméstica que en los matrimonios religiosos”, etc).

Resulta sorprendente que la mera expresión de una creencia (“Dios no existe”, precedida del educado y hasta pusilánime “probablemente”) resulte inadmisible para quienes proclaman a los cuatro vientos la creencia contraria (“Dios existe”). ¿Acaso no nos ampara también a los descreídos el derecho a la libertad religiosa?

A mí, como ateo –aunque tentado de seguir el ejemplo de Rafael Reig, que se define como “antiteo”- me interesan poco las discusiones metafísicas. Respeto otras creencias diferentes de la mía y en alguna ocasión me animo a debatir con quienes las sostienen, pero no voy a perder el tiempo haciendo proselitismo. No lo considero una prioridad. La campaña del bus ateo me parecería una anécdota sin importancia si no fuera porque sirve para empezar a romper la telaraña sobre la que se sustentan muchos de los privilegios de la Iglesia Católica en España, desde la multimillonaria financiación pública hasta la patente de corso con la que lanzan admoniciones sus mandamases. La supuesta implantación social de su religión –no sabemos si se mide utilizando las partidas de bautismo, cuya cancelación se niega a los apóstatas, o las asignaciones en la declaración de la renta, lo que cambiaría muy mucho el resultado-, es utilizada para condicionar la legislación civil o justificar la participación de la Iglesia en ámbitos institucionales, por ejemplo, impartiendo su doctrina en las escuelas.

El gobierno del PSOE no se ha atrevido a acabar con estos privilegios. En primer lugar, la asignatura “Historia del hecho religioso” pretendía hacer pasar por avance del laicismo un enfoque educativo claramente tendencioso, al presentar únicamente una imagen positiva de la religión y excluir las opciones agnósticas, ateas e incluso antirreligiosas. En segundo término, los convenios con otras confesiones religiosas establecidas en España para que también impartan clases en los centros públicos no hacen sino consolidar el mismo modelo –es la política del “café para todos”, aunque unos se lleven un grano y los otros el cafetal entero-. Por último, nunca está de más recordar el sustancial incremento de la financiación estatal directa a la Iglesia Católica, que en 2006 pasó del 0’52% al 0’7% del IFPF, más los consabidos extras.

Ante este estado de cosas, es importante que se reconozca la existencia de agnósticos y ateos –mayoría declarada en Francia y minoría creciente en España y los demás países de la Europa occidental-, y que nosotros mismos exijamos también un respeto a nuestra (des)creencia. Tal vez sea la única forma de llegar algún día a la consecución de un Estado laico.

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(También ha escrito sobre este tema El Hijo Rojo)

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