Sí, no tengo ningún problema en reconocerlo, quiero que gane el candidato demócrata -o, mejor dicho, que pierda el republicano-. Porque nunca he sido del "cuanto peor, mejor". Y porque hago mía la angustia de la mitad de los norteamericanos después de 8 años de Bush -a mi me pasó con Aznar-. En NY, hace un año, a la pregunta de "¿Obama o Hillary?", mis amigos de allí (antaño votantes de Nader) daban la misma respuesta: "quien pueda ganar". No han superado los traumas de 2000 y 2004 y, como Michael Moore, suspiran por una movilización progresista que les libere de la oprobiosa vergüenza de un presidente fanático y altamente nocivo para toda la humanidad. Supongo que al oír el discurso de la gobernadora Pallin -tan loado por los medios- les habrán vuelto las arcadas de pavor.
Mi primer "pero" es que no tengo tan claro que vaya a ganar Obama. En un país donde los índices de popularidad y de aceptación del presidente pueden oscilar del 25 al 90 por ciento en dos semanas sólo por un buen discurso o una confesión íntima, veo más fiable atender a variables socio-culturales que demoscópico-electorales, porque lo de los sondeos bien parece una montaña rusa (aquí el último, que da ganador a McCain, que cuanto más se aleja del recuerdo de Bush más posibilidades tiene, y en eso el fenómeno Pallin le ha beneficiado enormemente).
Divididos otra vez los norteamericanos en dos mitades, una liberal-progresista (ampliamente mayoritaria en la costa Este) y otra nacional-reaccionaria (arraigada en el sur y medio oeste), las elecciones volverán a jugarse de nuevo en unos pocos estados donde las preguntas pertinentes ahora mismo son: ¿Aumentará la participación (previo censo) de la población negra? ¿Se movilizarán los jóvenes? ¿O habrá avanzado aún más el patrioterismo militarista y evangélico? No lo veo claro.
Mi segunda gran objeción no es nada original. Ya sabemos todos los rojos del mundo ("uníos") que en los USA no importa quien gobierne, la política internacional -con todas sus derivadas: militar, diplomática, comercial...- es sustancialmente la misma. Y la sumisión al lobby pro-israelí, al exilio cubano o a las grandes industrias armamentísticas o farmacéuticas no cambia, salvo en pequeños matices. No creo que Obama vaya a pasar por la izquierda a Bill Clinton -ya ves-, quien abandonó el proyecto de extensión de la sanidad pública y bombardeó a placer y conveniencia cuando se le ponían las cosas duras en el despacho Oval.
Por eso ha sido interesante el debate suscitado en el blog de Juan Peña a raíz de este artículo de Pedro Chaves. Aún teniendo claro todo lo anterior, ¿podemos pensar en Obama como símbolo de un cambio de ciclo, después del fracaso del proyecto neoliberal/neoconservador? Precisamente ayer el gobierno de Bush anunció la intervención -en realidad un rescate financiero más que una nacionalización- de las dos grandes entidades hipotecarias de los Estados Unidos, en una actuación (aparentemente) contradictoria con los postulados del libre mercado.
No lo creo así. Quizás el movimiento generado por Obama suponga un cambio cultural/generacional, pero en términos históricos me parece que el capitalismo sigue gozando de una excelente mala salud, y que el proyecto neoliberal aún no está agotado para aquellos a quienes sirve.
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