(Publicado hoy en el diario Levante)
Son ya setenta y ocho las efemérides que se han celebrado, ignorado o recordado desde que en 1931 el júbilo popular trajera la república para intentar cambiar España. Convertido en fiesta nacional, el 14 de abril fue conmemorado oficialmente durante los ocho años que pervivió el proyecto republicano; proscrito por la dictadura franquista, no dejó de motivar pequeños homenajes privados de quienes vivían sometidos por la derrota y el duro recuerdo de todo lo perdido. La clase política de la transición, encantada de conocerse a sí misma, trató de quitarle mordiente a la reivindicación republicana, desde el convencimiento de que la restauración juancarlista era nuestro fin de la historia.
Hemos sido los nietos de la República quienes hemos vuelto a agitar la tricolor republicana, buscando en la historia -y en las historias- de nuestros abuelos el eslabón perdido de la evolución hacia una sociedad plenamente democrática, sin zonas oscuras ni pernadas reales. En los últimos diez años, el 14 de abril ha vuelto a ser un acontecimiento, y a su alrededor se han concentrado innumerables actos y homenajes. Los republicanos y las republicanas nos hemos encontrado en calles y plazas, en cementerios y cunetas, en conciertos y conferencias, para recordar lo que pudo haber sido y no fue por culpa de un golpe militar apoyado por los grandes poderes económicos y eclesiásticos.
Inevitablemente, cada 14 de abril es el reflejo de los debates sociales del momento. Finales de los noventa fue el punto álgido en la recuperación de la memoria de nuestros guerrilleros, los maquis, aquellos hombres y mujeres que lucharon bravamente en las montañas por los derechos y las libertades de todos. En 2001, cuando se cumplían 70 años de la proclamación de la II República, recordamos los avances históricos que supuso -el sufragio femenino, el laicismo, la educación y la cultura popular?- reflejados en una Constitución que proclamaba «la renuncia a la guerra como instrumento de política internacional», precisamente al tiempo que el PP se embarcaba en la oprobiosa invasión de Iraq. Poco después, coincidiendo con el aniversario del inicio de la Guerra Civil, se intensificó la exigencia de que las administraciones públicas se implicaran en la recuperación de nuestra memoria histórica democrática, dignificando calles, plazas y monumentos en los que aún hoy se encuentran vestigios del franquismo.
Este año tenemos reciente la polémica por los indignos honores que todavía recibe Franco en algunas de nuestras instituciones: alcalde honorario perpetuo e hijo adoptivo y predilecto de Xàtiva, alcalde honorífico y medalla de oro de la ciudad de Valencia? y otros títulos que van saliendo de los archivos para escándalo de demócratas. Quienes no hicieron nada durante años rectifican ahora al rebufo de una ley necesaria pero insuficiente, mientras la mayoría de cargos públicos del PP no tiene empacho en manifestar con su voto -y sus excusas: mirar al pasado, reabrir heridas?- su filiación neofranquista.
Este 14 de abril también está marcado por el setenta aniversario del final de la Guerra Civil. Nos embarga el recuerdo de aquellos trágicos días en que cientos de miles de personas trataron de escapar de una muerte segura cruzando la frontera o esperando un barco que nunca llegó. Fue el final trágico de un sueño colectivo, el de una república de hombres y mujeres libres e iguales. Un sueño que todavía perseguimos las gentes de izquierdas que cada 14 de abril volvemos la vista atrás para iluminar el futuro.
Son ya setenta y ocho las efemérides que se han celebrado, ignorado o recordado desde que en 1931 el júbilo popular trajera la república para intentar cambiar España. Convertido en fiesta nacional, el 14 de abril fue conmemorado oficialmente durante los ocho años que pervivió el proyecto republicano; proscrito por la dictadura franquista, no dejó de motivar pequeños homenajes privados de quienes vivían sometidos por la derrota y el duro recuerdo de todo lo perdido. La clase política de la transición, encantada de conocerse a sí misma, trató de quitarle mordiente a la reivindicación republicana, desde el convencimiento de que la restauración juancarlista era nuestro fin de la historia.
Hemos sido los nietos de la República quienes hemos vuelto a agitar la tricolor republicana, buscando en la historia -y en las historias- de nuestros abuelos el eslabón perdido de la evolución hacia una sociedad plenamente democrática, sin zonas oscuras ni pernadas reales. En los últimos diez años, el 14 de abril ha vuelto a ser un acontecimiento, y a su alrededor se han concentrado innumerables actos y homenajes. Los republicanos y las republicanas nos hemos encontrado en calles y plazas, en cementerios y cunetas, en conciertos y conferencias, para recordar lo que pudo haber sido y no fue por culpa de un golpe militar apoyado por los grandes poderes económicos y eclesiásticos.
Inevitablemente, cada 14 de abril es el reflejo de los debates sociales del momento. Finales de los noventa fue el punto álgido en la recuperación de la memoria de nuestros guerrilleros, los maquis, aquellos hombres y mujeres que lucharon bravamente en las montañas por los derechos y las libertades de todos. En 2001, cuando se cumplían 70 años de la proclamación de la II República, recordamos los avances históricos que supuso -el sufragio femenino, el laicismo, la educación y la cultura popular?- reflejados en una Constitución que proclamaba «la renuncia a la guerra como instrumento de política internacional», precisamente al tiempo que el PP se embarcaba en la oprobiosa invasión de Iraq. Poco después, coincidiendo con el aniversario del inicio de la Guerra Civil, se intensificó la exigencia de que las administraciones públicas se implicaran en la recuperación de nuestra memoria histórica democrática, dignificando calles, plazas y monumentos en los que aún hoy se encuentran vestigios del franquismo.
Este año tenemos reciente la polémica por los indignos honores que todavía recibe Franco en algunas de nuestras instituciones: alcalde honorario perpetuo e hijo adoptivo y predilecto de Xàtiva, alcalde honorífico y medalla de oro de la ciudad de Valencia? y otros títulos que van saliendo de los archivos para escándalo de demócratas. Quienes no hicieron nada durante años rectifican ahora al rebufo de una ley necesaria pero insuficiente, mientras la mayoría de cargos públicos del PP no tiene empacho en manifestar con su voto -y sus excusas: mirar al pasado, reabrir heridas?- su filiación neofranquista.
Este 14 de abril también está marcado por el setenta aniversario del final de la Guerra Civil. Nos embarga el recuerdo de aquellos trágicos días en que cientos de miles de personas trataron de escapar de una muerte segura cruzando la frontera o esperando un barco que nunca llegó. Fue el final trágico de un sueño colectivo, el de una república de hombres y mujeres libres e iguales. Un sueño que todavía perseguimos las gentes de izquierdas que cada 14 de abril volvemos la vista atrás para iluminar el futuro.
1 comentario:
buena entrada compañero. Feliz 14 de abril!
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