Hace unos días tuve el honor de presentar a Pascual Serrano en una charla sobre su último libro. Algunas de las palabras que utilicé en la Librería Primado me sirven para dejar constancia por escrito de mi recomendación lectora.
¿Quién no conoce a Pascual Serrano? Referencia ineludible e inevitable cuando hablamos sobre medios de comunicación alternativos, de los que fue pionero como fundador de Rebelion.org, desde hace años lleva a cabo un trabajo sistemático de desmontaje de la manipulación en los medios convencionales, que ha plasmado en cientos de artículos y casi una docena de libros.
El último de ellos es “Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo”, editado y reeditado –hasta cuatro veces- por Península. Han hablado o escrito sobre este libro personalidades de la talla de Ignacio Ramonet, que firma el prólogo, o Julio Anguita, que lo presentó en la última Fiesta del PCE. Recuerdo también cuando Rafael Reig, a mi pregunta sobre el funcionamiento de los medios de comunicación, él que fue defenestrado después de dos años en la sección de opinión de Público, respondió lacónico: “Lean el último libro de Pascual Serrano”.
Hoy me toca a mí presentarlo, y me pregunto ¿qué puedo aportar yo después de lo que han dicho personas tan ilustres? Quiero pensar que mi doble experiencia, por una parte como ciudadano –y por tanto lector, oyente y televidente- con una visión crítica de la realidad, y por otra como responsable de comunicación de Esquerra Unida, una fuerza política no estimada en demasía por los detentadores del poder político y económico. No voy a hacer ahora un repaso de nuestra larga lista de agravios, pero sí quiero hacer algunos apuntes de mi propia experiencia que validan las tesis de Pascual Serrano.
En el primer capítulo del libro, titulado “Así funciona el modelo”, desentraña cuestiones que para quienes tenemos relación con los medios son perfectamente conocidas pero que estoy seguro la mayoría de los ciudadanos no se ha parado a reflexionar. En primer plano sitúa el tema de la propiedad de los medios, convertidos hoy en meros departamentos de imagen de grupos empresariales. El principal objetivo de sus accionistas –bancos, aseguradoras, empresas de telecomunicaciones e incluso de armamento- ya no es hacer negocio sino conseguir una influencia política determinante para sus propios intereses y, de paso, consolidar un modelo económico y político que les beneficia. Así se explica el silencio sepulcral sobre las marcas comerciales cuando se dan noticias negativas para su imagen. Bien lo sabemos en Esquerra Unida, después de ver cómo caen en saco roto nuestras denuncias sobre experimentos con transgénicos o favores políticos a una aseguradora sanitaria. La prensa está ávida de carnaza sobre los políticos, y recibe encantada nuestra aportación al pim-pam-pum diario de declaraciones y notas de prensa, pero nos silencia unánimemente si nos atrevemos a poner en cuestión a las sacrosantas grandes empresas.
En segundo término, es inevitable hablar de lo que es un secreto a voces entre los periodistas: la degradación de la profesión. Como cuenta Pascual Serrano, en su rutina diaria “el periodista –generalmente muy mal pagado, no especializado, con gran presión de tiempo y un contrato precario, temeroso de perder su puesto de trabajo- va a un lugar al que le ha citado alguien que tiene interés en hacer saber algo, toma nota de lo que le cuentan, con frecuencia no puede preguntar, resume lo más llamativo y fácil de entender y con eso elabora la noticia. Si es mentira, no lo sabrá ni tendrá tiempo de comprobarlo antes de que la noticia se emita”. Puedo dar testimonio de numerosos ejemplos de ello. Hay buenos y malos periodistas, pero incluso entre los primeros empieza a ser cada vez más infrecuente contrastar las noticias y más común la simplificación de la realidad para ajustarla a los clichés previamente construidos por los propios medios (“es lo que la gente espera leer”, se me justificó una vez alguien).
Pascual Serrano señala también que “el profesional ha perdido la percepción de que el uso de un determinado lenguaje implica adoptar un posicionamiento ideológico. Se ha llegado así a una situación en la que cuestionarse las afirmaciones del oficialismo se percibe como una labor ideológica inapropiada para la neutralidad informativa, mientras que repetir las versiones oficiales sí se considera imparcialidad”. Esta reflexión viene al pelo para un caso de actualidad: la imposición de un plan de ajuste económico a Grecia. Si repasamos todos los medios de comunicación, veremos cómo no cuestionan en ningún momento la vulneración de la soberanía democrática de ese país por parte de las grandes potencias políticas y económicas europeas, mientras tachan de peligrosos radicales a los trabajadores o estudiantes que hacen huelga o se manifiestan contra los recortes sociales.
En tercer lugar, la responsabilidad recae también en los propios ciudadanos, a los que la Constitución garantiza formalmente el “derecho a la información veraz”. Si bien la gran mayoría son víctimas propiciatorias, considero que la conciencia sobre la manipulación informativa va en aumento. Los propios medios lo saben, y de ahí que estén surgiendo secciones –como “La trama mediática” en Público, o “El ojo izquierdo” en El País- dedicadas a diseccionar los ejemplos de manipulación en los medios -eso sí, de los otros-.
Nadie mejor que Pascual Serrano para poner en evidencia las falsedades o tergiversaciones informativas. En los capítulos centrales del libro desgrana miles de ejemplos, especialmente sobre política internacional, de la que cuatro agencias de prensa controlan el 80% de las noticias. La mal llamada Constitución Europea, Yugoslavia, los vuelos de la CIA, la inmigración, las monarquías, el “populismo” latinoamericano, Venezuela, Cuba, Colombia, Estados Unidos, Afganistán… son algunos de los temas más frecuentes de manipulación en los medios de comunicación de masas.
La conclusión es bien clara: el poder siempre tiende a la censura, pero mientras en las dictaduras ésta se ejerce “por amputación”, a través de la prohibición, en las llamadas democracias se practica de manera más sutil, “por asfixia”, a través de la saturación. O, dicho en palabras que recientemente leí en una entrevista a Raimon, “hemos pasado del silencio [en la dictadura] al ruido [en democracia]”. Precisamente para que ese ruido no nos deje sordos ni mudos, Pascual Serrano nos ofrece en el último capítulo su “Qué hacer” para protegernos de la manipulación y al mismo tiempo darle respuesta a través de su denuncia y la construcción de otras realidades en los medios alternativos (sin olvidar los públicos).
El mejor elogio que se me ocurre del libro de Pascual Serrano es decir, con toda sinceridad, que está consiguiendo el objetivo que él mismo se planteó: “que el mayor número de personas abandonen el grupo de consumidores pasivos de información y se incorporen a una ciudadanía crítica, desconfiada de los medios, que quiere conocer la verdad para, entonces, ser realmente libres”.